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miércoles, 19 de enero de 2011

ASI ES MEJOR, por Irene Avilés, de Buenos Aires, Argentina


No sé como lo logré pero por fin estoy afuera, aunque no signifique gran cosa porque después de correr, correr y correr para alejarme, sé que siempre voy a estar adentro.
Pero ahora prefiero mirar a mi alrededor; árboles, pastos, matorrales, alguna flor a la que soy incapaz de reconocer. Yo no debería ni siquiera pensar que pienso, durante tanto tiempo me negué a la realidad  ¿O me habrán negado la realidad?
Estoy cansado, tengo calor y éste árbol me llama a sentarme bajo su sombra. Es grande la copa del árbol, grande y fresca como el agua. Le tengo miedo al agua y no sé porqué.
Sin darme cuenta me quedé dormido y ahora tengo la mente llena de palabras que me son familiares pero no puedo recordarlas  y me martillan la cabeza  - ¿Quién?- ¿Cuándo?- ¿Dónde?-.
¿Quién soy yo?  ¿Qué soy? ¿Dónde voy?
Ya está oscureciendo, le temo a la oscuridad pero es inevitable que llegue la noche, no hay en mí recuerdos que no sean noche, recién hoy vi el día y fué muy corto, no debí dormir.
Camino nuevamente, comienza a llover y el miedo, el pánico le dice a mis piernas que corran que se apuren. Me doy cuenta que estoy  descalzo y la planta  de mis pies están lastimadas, me duelen y es un dolor familiar, viejo, casi amigo.
Pero sigo corriendo, de repente un relámpago me enceguece y hace salir de mi boca un alarido que no termina, que comenzó hace mucho, mucho tiempo y terminará cuando yo termine.
Extenuado caigo al suelo, sobre un pasto corto suave y mojado. Trato de respirar normalmente pero no acierto a pensar nada tranquilizador, me cuesta aunque lo intento: té, café, pan caliente: ya respiro mejor.
Me levanto y camino, primero de prisa y poco a poco con más normalidad, miro al frente alzando la cara que el terror tenía prisionera  pegada a mi pecho y diviso luces a lo lejos.
Son luces altas que  no me intimidan, las siento afectuosas, invitantes y decido llegar a ellas.
Debe ser un largo trecho y se me hace largo porque el cansancio no me deja, pero por lo menos ya no invaden mi mente los demonios de la ignorancia del pasado, que debe ser reciente.
Boqueando llegué a las luces.
Eran postes de alumbrado, todos parejos y en trechos de varios metros que despedían una luz  segura iluminando las vías de un tren.
Me paré en el medio de ellas sin saber que hacer y miré, a mis costados eran rectas lustrosa por la lluvia, pero allá a lo lejos, tal vez muy lejos, se unían convergiendo en un punto único sin salida.
Al darme vuelta ví lo mismo, había dos puntos que me aprisionaban entre esas vías paralelas.
No tuve miedo, alguna vez tenía que llegar a un lugar donde pudiese sentirme seguro, donde pudiera acostarme protegido  por la luz y las vías.
Solo faltaba una canción, música vibrante, sostenida y yo sabía que no tardaría en llegar.
Así es mejor.

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