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jueves, 29 de diciembre de 2011

MIS CONVERSACIONES CON AZORÍN. DON JUAN VALERA, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España

Habíamos quedado en salir a pasear un poco más tarde, pues ninguno de los dos teníamos prisa por regresara a casa, ni había necesidad de pasar frío. No lo hacía. Al menos no con la intensidad que yo lo deseaba. Pero tampoco acababa de salir el sol. El resultado era un cielo plomizo, con nubes bajas, y nada que hiciera temer la lluvia o la nieve. Me alegré de que fuera así, pues aquellos paseos se estaban convirtiendo para mí en una necesidad, en algo buscado, querido y deseado.
-Dígame, Azorín, ¿no le parece a usted que todo esto de poner etiquetas a la literatura es algo absurdo y que no explica nada? Me refiero a eso de llamar romántico a este, postromántico al otro, naturalista al demás allá...
-Depende de cómo se lo tome usted. Lo mejor es no hacer mucho caso de esas clasificaciones. En el mejor de los casos sirven para tratar de entendernos o de guiarnos. Es una especie de hilo de Ariadna.
-Sí, de acuerdo; académicamente viene muy bien para explicarles a los alumnos las distintas épocas, para cimentar las paredes del edificio; pero creo que para poco más.
-También son útiles para hacer tesis y prólogos. Si en la Edad Media, clérigos y estudiantes se distraían discutiendo sobre cuántos ángeles caben en la punta de una aguja, ahora también se pueden divertir sobremanera sus herederos dilucidando si La regenta es naturalista o realista. ¿Qué opina usted?
-Que semejante discusión me parece una estupidez. Aunque su planteamiento le haya dado más de un disgusto a algún que otro autor.
-¿Cree usted que Gustavo Adolfo Bécquer se revolverá en su tumba porque lo consideren un postromántico o la aurora del modernismo?
-No creo, Azorín, que nadie se revuelva en su tumba. Pero es posible que don Juan Valera, el mejor escritor de su siglo, no lo olvidemos, se sintiera molesto, en vida, cuando definían sus novelas como obras escapistas o de evasión.
-Un absurdo más, ¿no le parece?
-Sí, sí que me parece. Pero me ha resultado curioso, o me resulta curioso que nadie se atreva a llamar escapista a Garcilaso de la Vega o a Bécquer, y que se utilice ese término para escarnecer a un novelista.
-Sí, es cierto: la novela y el teatro siempre han sido más sociales, por decirlo de alguna manera; están más obligados a denunciar situaciones e injusticias que la poesía. Esta siempre ha quedado formando un mundo a parte. Tal vez esta se la causa de que siempre se haya leído tan poca poesía.
-Por eso prefiero con mucho el mundo de la música. Aunque también es probable que algún mequetrefe diga que Beethoven es realista y Mozart neoclásico.
-¿Se imagina usted un mundo en el que las personas se comunicaran a través de la música, que esta desplazara a las palabras?
-Me cuesta imaginarlo.
-Es imposible. Tanto como hablar diciendo o componiendo sonetos.
-Yo tuve un profesor de literatura que decía que la novela y el teatro eran la comida, lo ordinario, en tanto que la poesía eran los bombones o los pastelitos. Y uno no podía comer pastelitos o bombones como come arroz, por ejemplo. La indigestión podía ser terrible.
-¿Por qué no?
-Eso pregunté yo, pues dijo esa tontería cuando yo leía poesía como un poseso. No sufrí ningún empacho, al menos que yo sepa.
-Dígame, buen amigo, ¿Y por qué acusan a Valera de escapista?
-Porque cuando escribe Pepita Jiménez no tiene en cuenta, ni los nombra, ni habla de ellos, todos los cambios habidos en la sociedad española.
-¿Y usted qué opina?
-En la vida se me ocurriría decirle a usted que cuando escribe “La fragancia del vaso” no tiene en cuenta el ambiente de la España del momento.
-¿No le parece a usted que obligar a casarse a una niña de dieciocho años con un señor de ochenta podía dar pie a una amplia reflexión?
-Y a una obra de teatro. Pero hay que reconocer que Valera no insiste mucho en el casamiento, ni en la pobreza de Pepita y de su madre. Ni en que, tal vez, el matrimonio, visto así, sea una forma como otra cualquiera de ganarse la vida.
-Sí, la novela es un tanto edulcorada. Quizás hablar de Valera sea hablar un poco de verosimilitud. Y por supuesto, y como dijo Clarín, es exponerse a no acertar. ¿Cree usted que la religión ha influido tanto en este país? ¿No le parece a usted Pepita Jiménez, como la novela de Galdós, La familia de León Roch, una novela de tesis?
-Pues ahora que lo dice...
-Yo siempre he creído que de cualquier español, en cuanto se le rasca un poco, y se lo despoja de la escayola, surge el gentil. O el dogmático que necesita braseros para afianzar su fe.
-La verdad, Azorín, es que en Pepita Jiménez resulta un poco cargante tanto planteamiento religioso, y tanta absurda noción del pecado, cuando es claro y diáfano todo cuanto está sucediendo en dicha novela. Es claro para todos menos, al parecer, para los protagonistas.
-Tiene usted razón. Hay, por otra parte, mucha cita clásica, mucho latín y griego, pero jamás se cita la frase más importante.
-Me imagino que se refiere usted al Nosce te ipsum.
-Efectivamente, a esa me refiero. Aunque estará usted de acuerdo, me imagino, en que si los personajes, o al menos don Luis, el seminarista, hubiera sido consciente de cuanto le sucedía, la novela hubiese tenido que tirar por otros derroteros.
-Por supuesto. Pero la novela hubiera ganado en interés...
-¿Sabe usted lo que estamos haciendo, querido amigo?
-¿Crítica-ficción?
-El nombre no es muy afortunado que digamos, pero sí, algo así estamos haciendo, pues al fin y al cabo lo que nos dejó Valera es lo que tenemos. No podemos juzgar lo que tuvo que escribir o tuvo que dejar de escribir.
-Tiene usted razón, Azorín. Pero también quisiera saber, con respecto al juicio de Baroja, ya sabe: “Valera es el mejor escritor de su siglo”, con qué escritores lo compara.
-Pues si Baroja dice que es el mejor de su siglo...
-Es que yo no he leído la cita. Y por lo que sé, Valera era nueve años mayor que Alarcón y Pereda; tenía diecinueve años más que Galdós, y veinticinco más que doña Emilia y Clarín... Baroja ¿habla de siglo en sentido metafórico para no utilizar generación, o hay que tomarlo al pie de la letra?
-Si lo tomamos en el sentido de generación, sus oponentes, por llamarlo de alguna forma, serían Alarcón y Pereda, ¿le parece a usted?
-Parece ser, Azorín, que el concepto de generación hoy en día está bastante devaluado.
-Sí, ya me he enterado, pero no creo que valga la pena que discutamos sobre esto, ¿no le parece?
-No, no vale la pena. Prefiero que hablemos de Valera. Imagino que para usted será mejor Pereda. No en vano lleva algún tiempo ensalzándolo.
-Francamente, querido amigo, son dos cosas totalmente diferentes. Además, usted no me hace caso: no se lee a Pereda.
-No diga eso, por favor. Claro que le hago caso. Lo que sucede es que he dado con un libro de Valera que tenía, este sí, mucho interés en conocer.
-¿De cuál de ellos se trata?
-¿Sabe usted, Azorín? Por mucho que digan, yo estoy agradecidísimo a los ordenadores, a Internet, a las revistas digitales y a toda esta bendita parafernalia.
-¿A qué se debe tanta exaltación? ¿Va usted a componer un soneto a un ordenador, a Google o al MP3? ¡Vaya forma de hablar!
-Se lo merecen, Azorín, se lo merecen. Gracias a eso he conseguido yo publicar muchos artículos, aunque sin cobrar nada, tal como se hace cuando se imprimen en papel. Y gracias a eso he conseguido el libro de Valera, que de otra forma...
-Parece ser que usted nunca encuentra los libros que busca.
-¡Ay, querido maestro! Actualmente un libro que tiene cinco meses ya es un libro viejo y difícil de encontrar. Imagínese uno del siglo XIX.
-Terrible, terrible.
-Comprendido. Depende de autores y modas.
-¿Y qué libro no ha encontrado usted últimamente?
-Uno de don Juan Valera, por supuesto. Se titula Meditaciones utópicas sobre la educación humana.
-Un título precioso. Me imagino que el mismo le habrá dado pie a todo tipo de especulaciones.
-Yo también pensé que don Juan se me iba a ir por los cerros de Úbeda. Pero no es así. Todo cuanto dice es bastante sensato, y, tal vez por desgracia, bastante actual.
-En su momento hubo algunas cosas que se tomaron como una crítica acerba, cosas de una terrible ironía, pero ciertas, muy ciertas... Recuerdo que nada más comenzar el libro, corríjame si me equivoco, dice que si fuera ministro de educación no tocaría nada del sistema educativo, pues cuando otro partido llegara al poder, tal vez se dedicará a deshacer lo que él hizo.
-Recuerda usted bien, Azorín. Valera, por lo tanto, ya denuncia una situación que ha llegado a ser sangrante en nuestros días: la utilización política del sistema educativo.
-No quiero desengañarlo, querido amigo; pero siempre ha sido igual. No ha cambiado nada.
-Sí, quizás por eso Valera insiste en lo de meditaciones utópicas.
-Por supuesto. Valera no era tonto, aunque no fuera ni realista ni naturalista ni todo lo contrario.
-De todas formas, Azorín, hoy podría publicar su libro sin necesidad de ponerle el calificativo de utópicas, pues hemos llegado a la situación contraria de la deseada por él: hay instrucción obligatoria para todos, el Estado paga la educación, hay malos profesores, peores alumnos y padres, y libros de texto controlados por el poder.
-Sí, esa fue otra de las cosas que me llamó la atención de Valera: el que los libros de texto se escogieran tras un concurso en el que el Gobierno se valdría del asesoramiento de las Reales Academias, de Lengua e Historia, entre otras, para hacerse con el mejor libro de texto posible.
-Publicar una cosa así en nuestros días supondría concitar todas las iras de todos los nacionalistas, que, como usted sabe, por un absurdo sistema electoral, son quienes deciden sobre lo bueno y lo malo de este país. Y controlan, cada uno en su taifa, la educación. Y, por supuesto, los libros de texto.
-Entonces, querido amigo, podemos decir que las circunstancias han hecho de Valera un abanderado de la educación progresista.
-Yo creo que ya lo tuvo que ser en su época. Me parece muy acertado todo cuanto dice sobre el feminismo, aunque algunas cosas hayan quedado, si usted quiere, un tanto desfasadas.
-Siempre hay que pagar un pequeño tributo a la época, querido amigo. Es inevitable.
-Tiene otras cosas, sin embargo, de una enorme actualidad... No se ría... He traído un pepelito. Con su permiso.
-Usted algún día se convertirá en un contertulio terrorífico.
-No. De verdad. Yo sólo pretendo estar un poco con usted, y hablar con propiedad.
-Venga, lea, lea usted.
-Dice don Juan Valera: “Para expresarlo con más claridad y aplicar lo expuesto á nuestra patria en la edad presente, importa que el clero y el partido que pudiera llamarse clerical, desistan de convertir la religión en arma política, y de creerla la más compatible con un régimen que con otro. Y asimismo importa que el gran partido que se llama liberal, en todos sus grados y matices, no ponga entre sus artículos de fe ó credo político el ser un tanto cuanto librepensador y el desconfiar del clero, imaginando, por desgracia no sin algún fundamento, que gran parte del clero es contraria al liberalismo, y que por su influjo en las conciencias, ha contribuido no poco á las largas y costosas guerras civiles que han debilitado, empobrecido y abatido á España”.
-¡Dios mío, a dónde nos ha llevado Pepita Jiménez!
-Y eso que, pobrecilla, era una buena chica. Casi sin mácula concebida, y que tal vez salió de su primer matrimonio tan entera como entró en él.
-Es usted terrible. Pero, en fin, ¿qué le parece a usted lo que dice Valera?
-Pues dadas las actuales circunstancias, y tal vez sin ellas, le conviene el calificativo de utópicas a sus meditaciones.
-¿Nada más? Estoy seguro de que usted me está ocultando algo.
-Usted, Azorín, hubiera sido un buen profesor.
-No crea. Tanto adolescente junto...
-Sí. Estaba pensando, como me ocurre siempre que me tropiezo con un clásico revivido, que el hecho de que la actual educación esté tan deslavazada, tan sin contenidos, se debe a que no quieren, por temor, que accedamos a esos clásicos para que no nos percatemos de que por la patria, como por algunas damas, no pasan los años.
-Es usted un hombre inteligente, querido amigo, y hace inteligente al Gobierno. No creo que lo guíe ese propósito. Como usted comprenderá no se puede prohibir lo que no se conoce. Y tanto el Gobierno como la Oposición han demostrado bien a las claras no conocer nada de la cultura del país.
-Pues digamos entonces que no quieren que conozcan los otros lo que ellos ignoran.
-¿Y usted cree que son conscientes de lo que ignoran?
-Azorín, me está usted dejando como unos zorros.
-Bueno, querido amigo, no se preocupe: hemos llegado a la fuente.
-Es usted un buen maestro.
-Bien, pero esperemos que el agua no tenga cicuta mezclada.
-Si quiere bebo yo antes.
-Está usted perdiendo el sentido del humor, querido amigo.
-Es que se acercan las Navidades, Azorín.
-Tendré que regalarle algún libro de los que usted no encuentra.
-¿Me aceptará usted unas botellas de vino?
-Por supuesto. Pero lo compartiré con usted... ¡Ah, no se preocupe! Se lo daremos antes a probar al gato del vecino. Sí, le gusta el vino aunque le parezca raro.
-Pues habrá que hacerse con ese gato.

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