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lunes, 30 de abril de 2012

DON JOSE ® NOVELA, POR CARLOS ALEJANDRO NAHAS. CAPITULO 8. CINCUENTA AÑOS NO SON NADA

“No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió”.
Joaquín Sabina

Antes que nada, el escritor debería hacer un paréntesis en el relato. Se que no es lo habitual, pero cuestiones obvias lo imponen: el escritor es uno de los personajes, el escritor y muchos de los protagonistas aún viven, el escritor es una persona sensible – aunque conocedor de las leyes y sus vericuetos – y finalmente, el escritor no se quedará tranquilo hasta aclarar una serie de cuestiones:
Este libro jamás intento por mera ventura asemejarse siquiera de lejos a otro que ha escrito un grande: “El amor en lo tiempos del Cólera”, de Gabriel García Márquez. Y aquí paso a explicar mis sencillas y breves razones, que son:
1)                 Jamás el autor se atrevería u osaría intentar siquiera emular la prosa increíble y maravillosa del autor de "Cien Años del Soledad”. Eso es soberbia y fatuidad.
2)                 Los personajes que pueblan esta historia realmente existieron y existen en la actualidad. Si no me creen, vayan a las calles de Capilla del Monte y pregunten a cualquiera por Jorge o Mario Nazer y le dirán que allí están, dos cuadras para allá y tres para allá. Obviamente, por cuestiones legales, intelectuales, sentimentales y resto de “ales” que pudieren surgir, los apellidos están cambiados levemente, aunque no así los nombres.
3)                 Mi abuela, Olga, aún vive, tiene 94 para 95 y me ha ayudado codo a codo en la elaboración de estas páginas.
4)                 La historia no es la del amor entre Olga y José, sino que describe a la personalidad de José. Es un canto a su persona, un homenaje, un mimo, un cariño, un beso, una alegoría festiva a quien fue en vida mi abuelo del corazón, del alma.
5)                 Finalmente, en el libro de García Márquez, los amores son correspondidos, desde siempre y para siempre. En este libro, tal vez si, tal vez no. Pero de esas cosas y de muchas más falta bastante. Sepa el lector que esto no fue, no es y no será jamás “El amor en los Tiempos del Cólera”.
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Cuando José percibió lo que se venía una mezcla de incredulidad, dolor y porque no esperanza asomó en su semblante. Rosita estaba gravemente enferma. Médicos de Cruz de Eje, de Cosquín, de Córdoba y hasta de Buenos Aires conformaron su diagnóstico. A lo sumo un año de vida. Tuberculosis de la peor. Mañanas con esputos sanguinolentos, fiebre, dolor de pecho, de espalda, de alma.
Los hijos, que ya por entonces estaba más ausentes que nunca, volvieron al redil aunque más no sea para buscar perdón, para tener su mano, para estar junto al lecho, para aplacar nanas, para contar horas, para llorar y llorar.
Mario ya se había casado con Diana, que le había dado  dos varones, Dardo y Mariano. Entonces eran dos tarambanas, sin remedio y sin perdón. La cagada que se mandaba uno la refrendaba el otro. Dardo era tímido aunque artero, elaborada sus maldades a fuerzas de saberse el menos querido. Su motor era el resentimiento, los celos, la envidia, era inimputable y lo sabía. Mariano en cambio era la piel de judas. Un demonio pequeño encarnado en un niño. Animales, plantas, árboles, sapos, mariposas, ríos, todos sufrían su acción cruel y devastadora. La madre asistía impasible a ese desmadre de niños salvajes, criados a la buena de Dios, sin padres, sin madres, sin guía, sin sostén. Una vez pensó que una niña salvadora traería un poco de equilibrio a la pareja demoníaca, a la vez que establecería un poco de paz a su matrimonio. Fueron al monte y los recibió madre multípara que les quiso vender angelito rubio de tan sólo dos años a cambio de diez mil pesos de entonces y un auto. Precio muy alto para felicidad sin garantía. Cuando ya todo estaba perdido y Diana alternaba entre Capilla del Monte y Villa María, apareció Ana Laura, los ojos de Mario y la prolongación de la agonía de ese matrimonio. No hay caso, cuando una más busca menos encuentra, y cuando un deja de buscar las cosas aparecen en el momento menos oportuno.
Jorge, en cambio, ya promediando sus estudios conoció a sencilla chica de Rosario, llamada Susana. Le dio a Jorgito, la luz de sus ojos y la celulitis de ella. A partir de entonces Susana, acompañó a Jorge a sol y a sombra, sin saber que desde el día después de su primer parto, Jorge ya estaba buscando horizontes más lejanos. Luego vino Marcelo, y finalmente Ayelén. La realidad hoy es que Jorge tiene casa espectacular al pie de la montaña, con Mercedes Benz blanco cual ambulancia, y está separado. Los hijos mayores son abogado y arquitecto, respectivamente. Ayelén aún va al secundario, y vive con su madre en casa enorme fruto de divorcio ventajoso. Hoy corre 2007 y Jorge mayor cree haber encontrado la redención entre los brazos de su novia de la adolescencia.
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Lo cierto es que la historia del pueblo no era sencilla en esos años. Por un lado Emil engendró un par de hijos que con el tiempo tuvieron suerte variada. En cambio Alcira tuvo un varón y una nena – Leonor – que se caso enamoradísima de un tal Diego Exex, pintón como pocos, que hizo meteórica carrera en política y hasta llegó a ser intendente del pueblo mientras manejaba los entierros – gracias a que era el único funebrero del pueblo - y su mujer atendía la farmacia. De tarde, a la hora de la siesta, Diego pasaba largas horas abrazado a Porota, en la peluquería barrial. De más está decir que Leo soportó largos y penosos años sabiendo de la infidelidad, sufriendo, llorando y penando mientras una Buscapina, solicitada de repente, la traía a la realidad.
Sus dos hijos tampoco resultaron menos cabeza fresca. Tanto Gustavo como Gabriel fueron “enganchados" por sendas porteñitas harto atractivas que se casaron de blanco con sospechosas prominencias bajo sus enaguas. Hoy entre los dos suman trece hijos, cinco del matrimonio del más grande y ocho del segundo, repartido entre dos cónyuges, una más feliz que la otra. Ambos comparten suerte en una tienda de computación.
Milito, el hijo menor de Emil se hizo médico y se casó con una rubia despampanante. Puso modesta clínica en el viejo hotel familiar, pero una par de malas praxis más miles de cheques alados lo terminaron depositando por magro sueldo en el único sanatorio sobreviviente del pueblo, el del Dr. Guerrero, a sueldo y sin esperanza. Lo último que se supo de él fue que su hijo mayor, rubio y hermoso cual príncipe valiente, jamás pudo sobrellevar separación familiar y vagó un tiempo entre los mejores neuropsiquiátricos de Córdoba.
O sea, resumiendo este culebrón venezolano: Los Nazer, directa o indirectamente, en la década del 70 controlaban todo Capilla del Monte: Tienda de ropa, funeraria, computación, salud, política, farmacia, justicia, bancos y hasta trata de blancas, muy a su pesar.
Nunca olvidaré por aquellos años el vaticinio de un oscuro veterinario casado con una de las hijas de Emil – Nani -, que me dijo en cena de fin de año “- Medalla de oro en primaria, medalla de oro en secundaria. En la facultad te va a ir como el culo –“Hoy el oscuro veterinario no cambió a sus hamsters por un futuro mejor, mientras que yo, modestamente y a veces a los ponchazos, vivo de mi profesión.
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Por su parte, otra historia que no tiene ni un ápice de desperdicio es la de los Saint Simón, antiguos moradores del pueblo. Juan Saint Simón tenía un primer matrimonio abandonado en Buenos Aires – divorcio “peronista” incluido - con una rusa de alta alcurnia y pocos pesos. Se escapó a Capilla del Monte en busca de mejores trazos para sus pinturas, siguiendo los caminos de su maestro, Don Fernando Fader, que moraba en Ischilín, una localidad cercana.
En Capilla del Monte abrió hotel familiar y se dedicó mientras tanto con ahínco a la publicidad, toda una novedad para la época. El hotel fracasó estrepitosamente de la mano de ciertos fantasmas que lo poblaban y que hacen que hasta el día de hoy la casa siga deshabitada.
Esponsales con niña de la alta alcurnia capillense le dio respiro a sus días de pintor, al menos un desahogo económico que él no poseía. Dos hermosos vástagos, un varón y una nena, poblaron su vida de alegría y risas. Mas tarde, sus pinturas se tornaron oscuras, sórdidas, siempre nubladas, siempre a la luz del atardecer, sin una gota de sol. Cerró hotel familiar. Abandonó publicidad, y pintó, pinto hasta que sus telas y pomos se secaron como su alma.
Como siempre ocurre en estos casos, un estigma implacable pendió sobre toda la familia Saint Simón, aún hasta nuestros días. Fueron segregados de todo el pueblo, en todas las reuniones y en todos los lugares por ser descendientes de “aquel pintor loco y bohemio”.
Un maravilloso verano, entre chivitos y cabernet sauvignon, Gabriel Saint Simón, nieto del pintor y mi amigo del alma, me contó esta historia y muchas más. Su madre, hizo fortuna con negocio familiar sobre la Diagonal Buenos Aires. Su padre, jubilado bancario se dedica a la “dolce far niente” y escapa de los comentarios del pueblo abroquelado tras los muros de su palacete. Hoy Gabriel Saint Simón, el nieto del pintor, es feliz con su mujer y sus cinco hijos. Es estrella famosa de la radio y la televisión de Córdoba, con futuro promisorio y presente brillante. Pero lo es en Córdoba Capital, porque nunca se puede ser feliz en Capilla del Monte con un pasado así.
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Lo cierto es que José se encontró a los sesenta años viudo y sin consuelo, con una vaga esperanza y una vida vacía, dedicada por completo a su tienda y a sus hijos que día a día se le escapaban de las manos.
A Rosita la enterraron en un nicho al fondo del cementerio del pueblo, reservando otro nicho para él, para cuando le tocase, pagado por los hijos que imaginaban una bella y tierna historia de amor donde sólo había resignación y acaso un poco de ternura. De golpe, José se encontró sólo, sin saber qué hacer, con su libertad intacta y sus puros sueños sin realizar, en el atardecer de su vida.
Las tardes pasaban una a otra iguales. El negocio, el almuerzo, la cena solo, la televisión. Algún que otro sollozo. La felicidad de la libertad había dado paso a la tristeza de la soledad.
Hasta que esa noche, mirando a Mareco por TV, la puerta del fondo, la que solamente usaban Don Arsenio y Doña Juliana, se abrió como pidiendo permiso. José ni se dio vuelta, ya había pasado más de un año y las visitas del suegro se hacían cada vez más frecuentes.
Don Arsenio puso su mano amorosamente sobre el hombro derecho de José y le susurró estas palabras, suaves pero tajantes como cuchillo en la madrugada “- José, no es por nada, pero vos no podés seguir así sólo, triste, sin consuelo…. ¿y si averiguás qué es de la vida de Olguita?” -

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