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martes, 11 de septiembre de 2012

DON ANA, por Raúl Ramos, de Pilar, Argentina

¡Sí!... no se equivocaba... era Gardel cantando a dúo, o mejor dicho alguien haciendo dúo con Gardel.
Las voces llegaban algo confusas pero era evidente que otra voz se sumaba a la del Zorzal desde el disco.
En el sostenido final de la grabación, el dúo se desparramó estrepitosamente y la guitarra que acompañaba en vivo cerró el acorde desafinando a destiempo.
Aguardó largo rato una nueva interpretación pero ante la demora retomó el camino a su casa imaginando el reto materno.    
-: ¡Media hora para traer un paquete de fideos¡ ¿Te parece bien?
-: ¡Pero Mami, en lo de don Pedro no había dedalitos, tuve que ir al boliche de don Jesús y son dos cuadras!
-:¡Dos cuadras, dos cuadras, como llegue tu padre y no esté la comida lista le explicás vos las dos cuadras!
La madre, como siempre, exageraba respecto a la aparente severidad del padre; severidad que no era tal, sólo era un hombre envejecido prematuramente, taciturno, de pocas pero justas palabras, casi sentencioso, enemigo de la retórica y la banalidad, tal vez porque la vida no le dio más tiempo que el necesario para intentar llevar a buen puerto su familia y esa era una lucha que a veces se le antojaba despiadada.
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-: ¡Voy un rato al club! dijo el padre levantando la voz para hacerse oír sobre el ruido que hacía su mujer lavando los platos de la reciente cena.
-.¿Puedo ir con vos?, me quedo en la esquina jugando con los chicos.
El permiso llegó otorgado por la mano ruda acariciando su cabeza de niño entrando a adolescente. El ruido de la puerta de calle cerrándose estrepitosamente, no impidió adivinar las recomendaciones consuetudinarias de la madre. 
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-: No te vayas de por aquí, me juego un partidito al tute y a dormir, si no mañana ni con un guinche te levantan para el cole.
La mención del colegio le produjo una sensación desagradable, no entendía el motivo por el cual los grandes se empeñaban en quitarle la libertad, una libertad que le proponía cosas nuevas a cada instante, si aprendía mucho más en la calle que en la escuela. Ahora mismo, en lugar de quedarse en la esquina del club para jugar con otros chicos, se encaminaba hacia la otra cuadra en dirección al ranchito donde había sido sorprendido por la voz de Gardel cantando a dúo con otra persona .
El sabía quién era Gardel. Los fines de semana su padre, era más lo que escuchaba a Gardel en la radio que lo que hablaba, a lo sumo esbozaba comentarios respecto a las canciones con las que se deleitaba .
-.¡Qué bárbaro! ¡No hay caso, es único! ¡Todos los otros no tienen ni para empezar!
Palabras éstas que se le habían hecho familiares y que él también utilizó en alguna discusión escolar sin saber ciertamente lo que aseguraba con el mismo ímpetu que si hablara su padre.
La vivienda hacia la que dirigía sus pasos, no era más que un pequeño rancho de adobe situado en una de las esquinas del barrio. Estaba cercado por unos alambres de púas viejos y oxidados que se aferraban a algunos  postes desiguales  castigados por el paso de los años.
De la puerta del terreno hasta la entrada del rancho, varios paraísos y sauces llorones se regodeaban sombreando el patio de tierra reseca, que muy de vez en cuando y sobre todo en las tardes veraniegas, su único habitante le calmaba la sed polvorienta con la firme intención de procurarse un plácido sitio donde plañir con su vieja guitarra. 
Entre el alero del rancho y los árboles, el rudimentario tejido de alambre había permitido la trepada de glicinas y madreselvas entreveradas con otras especies irreconocibles que al quincharse por el abandono asemejaban un largo tunel de entrada a la puerta principal de la vivienda. A pesar de eso adivinó la puerta entreabierta y pudo escuchar, como la vez anterior, el dúo de la otra voz junto a Gardel .
Una canción y otra y otra más y sólo tomó conciencia del tiempo pasado en el momento que la puerta se abrió y un hombre aparentemente muy viejo lo chistó sacándolo de su encantamiento.
Sin atinar a responder, corrió desesperadamente en busca de su padre, no atreviéndose a mirar hacia atrás, pasó entre varios chicos que jugaban y no lo registraron y al asomarse con el rostro desencajado y resollando salvajemente, escuchó la voz llena de autoridad condescendiente que lo reconvenía con disimulada ternura paternal.
-.¡Sudá nomás, enfermate, así tu madre se la agarra conmigo...!
Esa noche no pudo dormir, su fantasía lo llevó a recorrer caminos misteriosos donde la voz de Gardel se le antojaba la de un ángel, o un duende, o un demonio .
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La madre se sorprendió por la celeridad con que hizo los deberes y cedió el permiso para que fuera a jugar a la pelota con mayor satisfacción que de costumbre, pero su dirección no fue la del campito, si no  la del  rancho de adobe donde la curiosidad lo picaneaba.  Se paró frente a la entrada sobre la vereda y nuevamente escuchó las voces del dúo; de pronto la puerta del rancho se abrió dando lugar a la aparición del viejo portando una vetusta guitarra en su mano, estuvo a punto de huir como la noche anterior, pero recordó palabras de su padre un día que se fue a baraja por miedo a pelear en la escuela.
-: ¡El hombre que pretende sacar patente de guapo se aguanta lo que sea...!
Vio avanzar al viejo en su dirección, le pareció que el corazón le reventaba el pecho, pero se aferró con todas sus fuerzas a la puertita de entrada y esperó .
-: ¿Buscabas algo? preguntó el viejo con voz ronca que asemejaba a un borracho .
-: ¡No señor, escuchaba nomás...! contestó con una voz desconocida, que seguramente no era la suya.
El viejo se acercó y con una sonrisa desenganchó el alambre que servía de picaporte a la puertita y abriéndola lo invitó a pasar .
-: ¡Pasá y tranquilizate que nadie te va a hacer nada, parecés un sapo por la forma en que se te sacude el garguero, tranquilizate!.
¿Qué sabés de Gardel? le preguntó al tiempo que lo invitaba a sentarse en una de las dos destartaladas sillas que habitaban la cocina mugrosa y maloliente del ranchito .
-: Mi papá lo escucha siempre, dice que es el mejor.
-: ¿El mejor? ¡El único querrá decir! ¡El más pintón, el más taura y el más picaflor de todos los cantores!
-: ¿Usted lo conoció?
-: ¿Si lo conocí? ¡Yo fui su mano derecha, su hombre de confianza, yo me jugué la vida por él...!
Y señalando hacia un costado de la pared le dijo :
-: ¿Ves esa foto?
-: ¿Cuál?          
-: ¡Esta! dijo, tomando un cuadro que colgaba de un clavo .           
-: ¡Fijate, allí estoy en la cárcel de Ushuaia, quince años me mastique por salvarle la vida al Morocho!
El chico miraba la foto borrosa de un hombre más joven que el presente, vestido con uniforme a rayas como los presos y deletreaba trabajosamente la información manuscrita, asegurando que esa foto había sido sacada en la misma cárcel de Ushuaia hacía ya muchos años .
-: ¡Nos encanastaron a los dos, pero el Zorzal estuvo muy poco tiempo, en realidad él no le dio más que un guitarrazo por la cabeza al occiso, en cambio yo...! ¡ Pero fue de todas mis muertes la única que me causó alegría, mientras él vivió no me dejó faltar nada, pero después... y bueno, el hombre guapo debe saber aguantar lo que venga!
A partir de ese día la concurrencia al rancho se volvió imprescindible como el agua misma, su adolescencia comenzó a despertar haciendo culto al coraje que le infundían las historias del viejo “Don Ana”, (apocope de Anacleto, su nombre) como le había pedido que lo llamara.
Hacía tiempo ya que su único placer era llegar al rancho y estar el mayor tiempo posible para llenarse de historias de guapos y cantores de tango memorables, entre los que sobresalía Gardel, indudablemente .
-: ¡Sapito, hacete unos amargos!
“Don Ana”, lo llamaba el sapito desde el mismo día que se  conocieron, por aquello de las palpitaciones en el garguero. Y allí se pasaba las horas soñando con un mundo desconocido que se le antojaba novelesco .
Un día, uno de los compañeros del colegio no tuvo mejor idea que burlarse de “Don Ana”, llamándolo “Viejo loco” en su presencia. La trompada con que “El sapito” le partió el labio tuvo que ser suavizada con la presencia de su madre ante la directora y la buena voluntad de ésta.
“Don Ana” le enseñó a tocar la guitarra y a cantar las canciones de Gardel.
Cuando se paseaba por el barrio y veía jugar a los tontos chicos de su edad, los miraba con cierta conmiseración pero a la vez recordando aquello que le había inculcado el viejo, que el valor del hombre se ve en el respeto que se gana entre sus semejantes.
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La tarde se había hecho insoportable por el calor que presagiaba la tormenta, el sapito preparaba el mate amargo disponiéndose a incorporar a su fantasía alguna que otra aventura valiente que seguro le contaría “Don Ana”, cuando un ruido seco en el interior de la habitación los sorprendió .
-: ¡Fijate que pasó, parece que se despatarró algo! le dijo el viejo, mientras afinaba las cuerdas de su guitarra sentado bajo la sombra de las glicinas.
Cuando el sapito reapareció en la puerta del rancho, tenía la mirada extraviada y los ojos llorosos, en tanto exhibía la foto del cuadro que el viento había hecho caer .
-: ¡Me engañó... me engañó, eran todas mentiras! le dijo al tiempo que salía corriendo y le tiraba al pasar la foto del traje a rayas donde se leía en el doblez del diario “Primer premio de disfraz en el corso de Mataderos”
“Don Ana” lo vio alejarse y filosofó mascullando casi con inusitada tristeza.
-: ¡Qué lástima, seguro que era lindo pa él... y pa mí!
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Hoy estaba parado en el lugar que menos hubiera querido, pero un deber de justicia lo impelía a reparar después de muchos años algo que le reclamaba su conciencia.
Miró por última vez las tumbas que lo rodeaban y comenzó a alejarse lenta y tristemente, pero con el corazón sacudiéndose como en aquella oportunidad que no olvidaría.
Volvió su cabeza para despedirse del lugar y apenas pudo releer la placa de bronce que él mismo acababa de inaugurar.
"Anacleto  Basavilbaso, (Don Ana)… guapo si los hubo”
¡Gracias por los sueños! “El sapito”

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