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lunes, 24 de junio de 2013

“11-M: MADRID 1425”, NOVELA, POR SAID JEDIDI ©, DE TETUAN, MARRUECOS. 18. CAPITULO CUARTO.

Portada: Monumento 11-M (cortesía José Luís Ayuso)

MODO DE EMPLEO
I

Sin alcanzar, como se contemplaba, el grado de convivencia ni recuperar el nivel de «buena vecindad» de los comienzos del 90 con el PSOE y Felipe González, en Marraquech, durante la Reunión de Alto nivel y a pesar de la buena voluntad mutuamente expresada, no se logró pasar la esponja sobre el trienio más sombrío en las relaciones bilaterales desde la Marcha Verde en 1975. La corriente no pasaba e incidió en la opacidad comunicativa de la cúpula del Partido Popular respecto a la nueva era en Marruecos y de los responsables de éste para con sus súbditos en España.

Con la audiencia del rey Mohamed VI a José Maria Aznar al término de la Cumbre formal que se celebra anualmente entre los dos países en el marco del Tratado de Amistad y de Buena Vecindad, todo apuntaba hacia la evidencia de que las relaciones entre los dos vecinos quedó de nuevo encauzada.
Ni tanto, ni tan poco. El capítulo de la lucha anti-terrorista brilló por su ausencia como lo hizo en todos los encuentros de antes del 11-M.
Por razones que nunca fueron lo suficientemente esclarecidas nunca se dieron detalles de las detenciones efectuadas por razones judiciales en operaciones previas al 11-M como ocurrió en enero del 2003, durante la operación Lago.
Coaccionadas por los imperativos políticos del Partido Popular en tanto que incondicional aliado de Estados Unidos, las fuerzas de seguridad españolas se perdieron en propensas, cuando no anecdóticas imitaciones de las luchas anti-terroristas del presidente Georges Bush, procediendo al arresto de personajes meramente de paso por España, cuyos únicos antecedentes consistían en haber nacido palestinos o de corresponder al perfil, diseñado por el Pentágono para designar a un terrorista[1]. Este fue el caso de un «hispano-palestino de dudosa salud mental que supuestamente diseñó cohetes para Hamás»[2]. Todo esto ha sido magistralmente explotado por las redes de captación del salafismo-yihadista de inspiración extremista y presumiblemente con financiación de Al Qaída de Ousama Ben Laden.
La reducción del paro y la reducción del déficit público durante las dos legislaturas del PP debían constituir una póliza de seguro adicional para los inmigrantes en España y un motivo de satisfacción inherente de proporcionar cierto bienestar y cierto incentivo para una mayor integración.
A excepción de los que fueron acusados de la autoría del 11-M, nadie entre los miembros de la nutrida comunidad magrebí afincada en Madrid o en otro punto de la geografía española podía imaginar que después de Djerba, Casablanca y Istambúl, Madrid iba a ser blanco de los ataques directos del terrorismo fanatizado, los primeros en Europa Occidental y que marcarían el comienzo del fin de una ilusión de una distensión y de un diálogo de civilizaciones que muchos acariciaban con fervor.
El 10 de marzo del 2004 ni en Somosagua ni en Lavapiés se vislumbraban los indicios de una amenaza ni de un enemigo ni de una guerra. Lo que no pone en tela de juicio la eficacia de los servicios de lucha anti-terrorista españoles que, hasta entonces lograron desbaratar a decenas de ataques terroristas de ambiciones similares, desmantelando decenas de redes y arrestando a sus miembros. Pero como diría Ludovic Monerrat «la desproporción de la inversión entre el ataque y la defensa proporciona siempre al primero una supremacía duradera».
Acusar pues a los responsables de la lucha anti-terrorista españoles o simplemente insinuar alguna dejadez, chapuza, deficiencia  o negligencia profesional, rozaría una inconciencia insultante. Pero tampoco sería acertado halagar el revuelo contra el terrorismo con posterioridad al 11-M, entre otras muchas razones porque, desde entonces, las amenazas yihadistas, especialmente en el Nor-Oeste africano se han aumentado considerablemente, poniendo en peligro los itinerarios y los tránsitos de los abastecimientos de gas de África hacia Europa. A finales de noviembre del 2008, los terroristas planificaban un atentado con coche bomba contra las instalaciones de la compañía china BGP habiendo fracasado gracias a la intervención de las fuerzas argelinas en el último instante.
A pesar de que el 70% de los detenidos en las diferentes operaciones anti-yihadistas proceden o bien de Marruecos o bien de Argelia, debido a inexplicables argumentos políticos o a la falta de la debida comunicación en  materia de coordinación de los servicios de lucha anti-terrorista con sus dos alas: inteligencia e intervención, quedó, pese a gigantescos esfuerzos para superarlo, muy por debajo del nivel requerido. Tanto que, cinco años después, El grupo Salafista por la Predicación y el Combate (GSPC) que se transformó en Al Qaeda en la Tierra del Magreb Islámico (AQMI) exhibe amenazador sus planes de crear un Estado radical en el territorio argelino con su ulterior ampliación para abarcar, Túnez, Marruecos, Chad, Malí y Mauritania e incluso Libia y Egipto. En menor medida el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) prácticamente desmantelado[3] sigue produciendo algunos quebraderos de cabeza a los responsables europeos de lucha anti-terrorista.
No obstante, si alguna lección sacaron los estrategas de la lucha anti-terrorista del 11-M ésta fue que « los cambios de estrategia y la evolución interna de los grupos pueden resultar dramáticamente impredecibles»[4].
Lo que pasó luego fue una auténtica ilustración de la intersección de los intereses generales con los personales en los que se confunde el cumplimiento del deber, fines xenófobos y ejercicio de prerrogativas propias de un estado de sitio.
Cambiaron las reglas del juego y se instalaron nuevas pautas para la relación nacional-inmigrante. Sin tener en cuenta los errores o las perezas del, aun fresco pasado, se precedió a la puesta en pie de una arquitectura migratoria en la que todos los inmigrantes eran culpables hasta demostrar su inocencia. Los interventores tenían otros objetivos y los intervenidos distintas reglas a seguir[5]. La mejor de las buenas conductas consistía, así de inexplicable y así de horroroso, en delatar a un hermano, a un amigo o a un miembro próximo de la familia o de la pandilla.
Permutación de influencia y comodidades y ósmosis que proporciona opulencia y facilidades casi siempre  mal explicadas. Abundaron los dedos acusadores pero escaseaban las pruebas cabales y categóricas.
Las evidencias comenzaban a aparecer como enigmas y las explicaciones, simples simulaciones o simulacros. La hipocresía social volvió a hacer flote y la prudencia imponía nuevas fronteras entre lo propio y lo ajeno.
La psicología del rumor…negro y trolero.
Un desastre… los íntimos de ayer comenzaron a mostrar mas reservas hoy. Y los «sociables» de antaño prefirieron el aislamiento y la auto-exclusión. Una extraña terapia para evitar malas sorpresas.
Entre el hecho y el dicho había mucho…. Estrecho de Gibraltar. Lo procedente del país de origen se comprobaba con lupa y la fobia a la política y al debate tomaba alarmantes proporciones.
De nuevo la religión ha vuelto a deslumbrarse como la única salvadora de aquella idiosincrasia impuesta por unos inexistentes tribunales inquisitorios y por razones de Estado que solo germinaban en la mente y la perturbada imaginación de quien descubrió en la nueva situación, una providencia para la suya.
No se salvó ni siquiera la proliferación de las asociaciones ni el pluralismo expresivo de algunos de sus intencionados fundadores. Lo que era poco antes riqueza cultural la convirtieron en abstracta alineación de los que no tenían estrategia alternativa ni ideas para alimentarla.
Entre los inmigrante marroquíes en España era el debacle disciplinario.


[1] Árabe o musulmán de preferencia palestino, libio o libanés.
[2] Javier Jordán en  El terrorismo yihadista en España: evolución desde el 11-M  DT).
[3]  Con este tipo de organigramas terroristas siempre cabe la posibilidad de que persistan células durmientes.
[4] Javier Jordán.
[5] En un posterior viaje a Madrid y una serie de visitas a los barrios donde residían los presuntos autores del 11-M, el autor descubrió un giro de 180 grados en la manera de ser y de actuar de la mayoría de los que había encontrado durante los días que sucedieron los atentados de la periferia de Madrid. Parecía que había menos confianza y mas parquedad entre los miembros mismos de la comunidad inmigrante.

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