Publicado con anterioridad por la Revista
Literaria “Letralia”, con expresa cesión de los derechos por parte del autor
-¿Sabe? Si hubiera estado de vacaciones, o jubilado,
ahora estaría en Noviercas buscando su casa, o tal vez de pie ante ella. Sí, me
hubiera gustado mucho ir a Noviercas. Aunque también tenía pensando alargarme
hasta Veruela y pasar allí un fin de semana; o, lo más improbable, ir a Sevilla
y buscar la casa donde nació usted, y acercarme luego a su a su tumba, y a ese
remanso soleado del río donde deseaba descansar usted. Es probable que con el
tiempo haga todo esto. Aunque siempre me resulta un tanto frustrante ir a casa
de los escritores o de los músicos. Siempre que hago alguno de estos viajes me
acuerdo de la primera vez que visité el castillo de Sagunto. Era yo una
criatura de pocos años. Estaba, pese a ello, embebido de películas de romanos,
cosas de la época; y casi lloré entre los muros del castillo al no ver por
allí espadas, lanzas, capas, escudos,
gladiadores, ni leones, ni nada de nada. En el foro, en la ciudadela y en los
caminos no había más que piedras, piedras de todos los tamaños, hierbas, hierbajos
y lagartijas. Qué decepción. Qué tristeza. El ulular del viento en las saeteras
parecía el gemido que no me atrevía a lanzar yo.