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viernes, 10 de abril de 2015

LILI, por Miguel Ábalos, de Montevideo, Uruguay

La recuerdo… era bonita, simple y fresca como la flor de macachín.  Se llamaba Lilí.   
Una tarde al volver a casa, me dijeron de su muerte, tan injusta y cruel como la muerte puede ser. 

Éramos adolescentes... me causó una tremenda amargura, no estaba preparado para esa clase de noticia... aunque me pregunto si uno puede estar pronto para eso alguna vez.  Me brotaron lágrimas y lloré en silencio. 
Cuando supe que había muerto con mi nombre en los labios me sorprendí... Para mí, Lilí era una amiga.  Teníamos una relación linda, cariñosa, nos contá― bamos de sueños perdidos, de lo que podría venir en un tiempo tal vez lejano.
La conocí en mi pequeño pueblo de casitas bajas y vecinos cordiales, ese pueblo que ya no existe más que en  mi recuerdo.  Era triste y pensativa, y yo respetaba sus silencios. Cuando nos encontrábamos, nos dábamos un beso como buenos amigos.
No puedo negar que me gustaba su compañía, su madura filosofía frente a la vida a pesar de su juventud.  Ni tampoco cuánto me agradaba verla sonreír mientras sus grandes ojos tristes me miraban con ternura.
Pero debo ser muy claro, no estaba enamorado de ella ni en ningún momento se me cruzó esa idea, ya que mi corazón daba señales de amistad. Sin embargo, saber que lo último que pronunció antes de morir fue mi nombre, conmovió hasta la última partícula de mi ser.
No sabía que me había amado, llevándose consigo un sentimiento que nunca dijo, que tal vez la hizo sufrir.

Quizás haya sido este hermoso atardecer  ―con el cielo tan limpio y azul como los de mi pueblo―  el que me trajo el recuerdo de aquella joven melancólica y triste que me amó en silencio, y pasó por este mundo como una flor de macachín.

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