Se dice que nunca aprendió a
escribir griego, ni usó nunca la lengua griega en asuntos de
importancia con la idea de que resultaba ridículo aprender una
lengua cuyos maestros eran esclavos de las otras personas.
Plutarco,
Vidas
paralelas, Mario.
La noche anterior había asistido a
una acalorada discusión, en una pequeña sala de la residencia, como
consecuencia del debate, retransmitido por la televisión, de los
candidatos a ocupar la presidencia del gobierno. Fue una discusión
muy divertida, pues algunas de las personas que participaron no oían
bien, las otras tenían dificultades para hablar; y cada uno decía
lo que le venía en gana sin tener en cuenta lo que se había dicho
antes o se podía decir después. Hubo alguno que decía lo que tenía
que decir y se marchaba a su habitación sin esperar ni la respuesta
de nadie ni interesarle la opinión de los otros: se había
desahogado, que era de lo que se trataba, y se iba a dormir tan
tranquilo, sin más.
-A
mí esto de los debates -me dijo un compañero de residencia al día
siguiente, ofreciéndome un café, sin azúcar, que había sacado de
la máquina- me parece una cosa totalmente absurda, y que no creo que
sirva para mucho. Para pasar el rato tal vez.
-Soy de la misma opinión que usted
-le dije aceptando el café-. Hablar es muy fácil. Y con la cantidad
de asesores, de todo tipo, que tienen los políticos están más
pendientes de la imagen que retransmiten que de lo que dicen o
prometen. Imagino que se deben probar infinidad de camisas, corbatas,
chaquetas, analizarlas bajo la luz de los focos, etc, etc. Es un
circo.
-Sí, tiene razón; pero un circo de
baja calidad, aunque el envoltorio es una maravilla. Estos debates me
recuerdan aquellos regalos navideños que iban envueltos en un papel
que era una delicia. Valía más el envoltorio que lo que escondía.
Y, sin embargo, ¿no le parece que tienen su interés? No, no me
estoy contradiciendo: quizás sean una herramienta más para conocer
un momento determinado de un país.
-Tal
vez -le contesté-. Aunque tampoco creo que sea muy importante
conocer o dejar de conocer este momento: me parece de un grisáceo
tan monótono que lo mejor es obviarlo. Ahora los políticos, en los
estudios de las televisiones, cantan, bailan, se ríen, juegan al
futbolín, y hacen mil y una tontería. Me recuerdan a aquella señora
que fue al convento a buscar a un fraile, y el prior se escandalizó
de que se llevara al fraile más zompo de la comunidad. “Para lo
que yo lo quiero” -respondió la dama- “tanta filosofía sabe
como el que más”. Así que no hace falta que los políticos canten
o bailen. No hacen sino ocultar su grisura, es decir que no saben
nada de nada. Mejor olvidarlos, a ellos y a su época, tan triste y
gris como ellos.
-¡Hombre! Eso no se puede hacer. La
historia no solamente la componen los momentos estelares de la
humanidad, por decirlo con palabras de Zweig.
-Tiene toda la razón del mundo.
Pues de lo contrario, la historia de la humanidad nos cabría en dos
o tres folios. Y libros de historia, o de pretendida historia, hay
cada vez más. Algunos de ellos nacidos al calor de series de
televisión...
-¿Y usted cree que esos libros se
venden? Yo lo dudo. Siempre me ha intrigado eso. La próxima vez que
vayamos al centro tenemos que entrar en una librería y preguntárselo
a algún dependiente.
-Eso hay que preguntárselo a un
dependiente con conocimiento de causa. Yo conozco a un librero que
todavía es un librero, no un mercachifle. Él nos lo dirá.
-Me encantaría hablar con él.
-Esta tarde podemos ir.
-Se lo agradezco. Siempre me
acordaré -contó sonriendo- de la discusión que tuve con un
dependiente de unos grandes almacenes. El señor iba correctamente
trajeado, aunque con el nudo de la corbata aflojado para denotar una
cierta campechanía. Yo estaba buscando unas zapatillas deportivas.
El dependiente se me acercó muy amable con la intención de
ayudarme.
-Estaba buscando -le dije aceptando
su ofrecimiento- unas zapatillas niké, lo pronuncié así, que me ha
pedido mi hijo...
-El señor querrá decir unas
zapatillas nai -así lo pronunció él.
-No, -respondí entre divertido y
molesto- el señor quiere decir unas zapatillas niké.
-Es que en inglés -me replicó con
sonrisa de autosuficiencia- se pronuncia nai.
-Ya lo sé. Lo malo del caso es que
la palabra niké no es inglesa sino griega, y se pronuncia niké
según unos y nicé según otros. En ambos casos significa victoria.
-Creo que el señor se equivoca
-replicó con ganas de discutir.
-Como usted quiera -le dije-. ¿En
qué planta está la sección de libros? Le voy a subir o a bajar a
usted el diccionario de inglés más gordo que tengan, y si encuentra
en él la dichosa palabra niké lo invito a lo que usted quiera.
-Qué raro que un dependiente le
contestara y no le diera la razón aunque fuera callándose.
-Lo mismo pensé yo. Era un hombre
extraño, desde luego. Pues abandonó su puesto de trabajo y se vino
conmigo a la sección de libros por si no me dejaban coger el
diccionario. Allí buscamos la palabra, no la hallamos, y poco
después, muy amable él, me empaquetó un par de zapatillas niké
dándome un fuerte apretón de manos.
-Esos debates sí que son
interesantes y sirven para algo. Imagino que el hombre estaría
contento de haber dado con usted y de lo que le había enseñado.
-No lo sé. En el fondo a nadie nos
gusta que nos corrijan por más que reconozcamos, allá en el fondo,
que estábamos equivocados y que nuestro oponente tenía toda la
razón.
-El maldito orgullo humano. Por eso
siempre he sido partidario del estudio del latín en escuelas,
institutos y universidades. Por cierto, ¿dijeron algo los políticos,
durante el debate, del sistema educativo? ¿Lo van a reformar una vez
más? ¿Y cómo?
-No lo sé porque no vi el debate.
No me interesa lo más mínimo. No hace falta que le explique que una
cosa es prometer y otra muy distinta dar trigo.
-Efectivamente.
Luego, con la triste realidad, instalados en el poder, vienen las
matizaciones, las correcciones, el decir que sus palabras se
descontextualizaron o se malinterpretaron. En fin, lo de siempre. Y
lo de siempre es un sistema educativo cada vez más degradado, y con
el latín en el cajón de los recuerdos, y en la buhardilla.
-Una pena. Y esa es una cosa que me
llama mucho la atención. ¿Cómo se explica que en los países no
romanizados, Inglaterra, Alemania, etc., haya tanto latinista y
helenista, tenga tanta importancia el latín, y en los países
romanizados, España, Francia, etc., esté este en franca decadencia?
-Tal
vez por aquello de que en casa del herrero, cuchillo de palo. Siempre
he lamentado que los alumnos, y el público en general, no puedan
leer a Salustio. ¿Conoce usted La
guerra de Yugurta? Para
mí ahí está el verdadero historiador, el analista implacable. Es
lo que habría que leer una y otra vez.
-No, reconozco que no lo he leído.
Y tampoco creo que lo hayan hecho los señores que debatieron anoche.
Los políticos, quiero decir.
-No saben lo que se pierden.
-En esta vida hay tantas cosas
importantes.
-Sí,
pero unas lo son más que otras. Y nada está por encima de aquella
de Conócete
a ti mismo. Y
eso pasa, si no me equivoco, por conocer nuestra historia.
-Sí, es como estudiar los
fundamentos de un edificio.
-Sí, pero no para reafirmar el
castillo sino todo lo contrario: para percatarnos de que no sabemos
nada. Cuando alguien se enfrenta con el latín... se tiene que ir con
la mente limpia: las estructuras que uno lleva en la cabeza no sirven
para nada. Se derrumban a cada momento. Es casi como un juego de
lógica en el que se empieza a ganar cuando se ha sido capaz de
despojarse de lo que se llevaba en mente. Es otra realidad. Otra
forma distinta de ver las cosas. Por eso, me parece, y por pura
ignorancia, no lo reivindica ningún político.
-Por eso y porque lo desconocen.
Aunque seguramente ellos serían incapaces de ir de la sección de
zapatería a la de librería para asegurarse de que una palabra la
pronunciaba mal; y de que el cliente, y en este caso sí, tenía
razón.
-Ni ellos van a hacer eso, ni yo voy
a ir a la sección que me envíen a meter una papeleta en una urna.
Yo creo que está todo decidido de antemano. Y gane quien gane
siempre estaremos en el mismo sitio.
-En eso no estoy de acuerdo con
usted. No es lo mismo Perico que Andrés.
-Sí, tiene razón. Pero ni Perico
ni Andrés van a modificar el sistema educativo. Para ellos todo se
reduce a dar becas para libros y ayudas para el comedor.
-Es usted un poco injusto. No
obstante, me ha gustado lo que ha dicho del latín. ¿Sabe? Por un
momento he pensado que estaba hablando de la mística: vaciarse de lo
aprendido para saber... Interesante. Muy interesante.
-No me haga mucho caso. Cosas de
viejos.
-Sí que le hago caso. ¿A qué hora
quedamos esta tarde para ir a hablar con su amigo el librero? Esos
debates y conversaciones sí que me interesan.
-Cuando usted quiera.
-Aquí a las cinco -me dijo cogiendo
el vaso de plástico del café para tirarlo a la papelera.
Tras
la conversación me fui a mi habitación a leer. Y como estamos en
época electoral, volví a releer a Salustio. Siempre me han llegado
al alma las palabras de Yugurta, el gran corruptor al salir de Roma:
O,
urbem uenalem et mature... La
ciudad venal, dispuesta a ofrecerse al mejor postor siempre me
recordaba que los grandes ladrones de nuestro país no están en la
cárcel, y que apenas si se estudia latín en colegios y
universidades, vete a saber si porque los profesores son medio
esclavos desprestigiados o esclavos por completo. Sea como fuere,
para mí, con zapatillas niké o descalzo, estaba todo decidido.
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