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viernes, 1 de enero de 2016

TODO DECIDIDO O EL GRAN DEBATE, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España



Se dice que nunca aprendió a escribir griego, ni usó nunca la lengua griega en asuntos de importancia con la idea de que resultaba ridículo aprender una lengua cuyos maestros eran esclavos de las otras personas.
Plutarco, Vidas paralelas, Mario.

La noche anterior había asistido a una acalorada discusión, en una pequeña sala de la residencia, como consecuencia del debate, retransmitido por la televisión, de los candidatos a ocupar la presidencia del gobierno. Fue una discusión muy divertida, pues algunas de las personas que participaron no oían bien, las otras tenían dificultades para hablar; y cada uno decía lo que le venía en gana sin tener en cuenta lo que se había dicho antes o se podía decir después. Hubo alguno que decía lo que tenía que decir y se marchaba a su habitación sin esperar ni la respuesta de nadie ni interesarle la opinión de los otros: se había desahogado, que era de lo que se trataba, y se iba a dormir tan tranquilo, sin más.

-A mí esto de los debates -me dijo un compañero de residencia al día siguiente, ofreciéndome un café, sin azúcar, que había sacado de la máquina- me parece una cosa totalmente absurda, y que no creo que sirva para mucho. Para pasar el rato tal vez.
-Soy de la misma opinión que usted -le dije aceptando el café-. Hablar es muy fácil. Y con la cantidad de asesores, de todo tipo, que tienen los políticos están más pendientes de la imagen que retransmiten que de lo que dicen o prometen. Imagino que se deben probar infinidad de camisas, corbatas, chaquetas, analizarlas bajo la luz de los focos, etc, etc. Es un circo.
-Sí, tiene razón; pero un circo de baja calidad, aunque el envoltorio es una maravilla. Estos debates me recuerdan aquellos regalos navideños que iban envueltos en un papel que era una delicia. Valía más el envoltorio que lo que escondía. Y, sin embargo, ¿no le parece que tienen su interés? No, no me estoy contradiciendo: quizás sean una herramienta más para conocer un momento determinado de un país.
-Tal vez -le contesté-. Aunque tampoco creo que sea muy importante conocer o dejar de conocer este momento: me parece de un grisáceo tan monótono que lo mejor es obviarlo. Ahora los políticos, en los estudios de las televisiones, cantan, bailan, se ríen, juegan al futbolín, y hacen mil y una tontería. Me recuerdan a aquella señora que fue al convento a buscar a un fraile, y el prior se escandalizó de que se llevara al fraile más zompo de la comunidad. “Para lo que yo lo quiero” -respondió la dama- “tanta filosofía sabe como el que más”. Así que no hace falta que los políticos canten o bailen. No hacen sino ocultar su grisura, es decir que no saben nada de nada. Mejor olvidarlos, a ellos y a su época, tan triste y gris como ellos.
-¡Hombre! Eso no se puede hacer. La historia no solamente la componen los momentos estelares de la humanidad, por decirlo con palabras de Zweig.
-Tiene toda la razón del mundo. Pues de lo contrario, la historia de la humanidad nos cabría en dos o tres folios. Y libros de historia, o de pretendida historia, hay cada vez más. Algunos de ellos nacidos al calor de series de televisión...
-¿Y usted cree que esos libros se venden? Yo lo dudo. Siempre me ha intrigado eso. La próxima vez que vayamos al centro tenemos que entrar en una librería y preguntárselo a algún dependiente.
-Eso hay que preguntárselo a un dependiente con conocimiento de causa. Yo conozco a un librero que todavía es un librero, no un mercachifle. Él nos lo dirá.
-Me encantaría hablar con él.
-Esta tarde podemos ir.
-Se lo agradezco. Siempre me acordaré -contó sonriendo- de la discusión que tuve con un dependiente de unos grandes almacenes. El señor iba correctamente trajeado, aunque con el nudo de la corbata aflojado para denotar una cierta campechanía. Yo estaba buscando unas zapatillas deportivas. El dependiente se me acercó muy amable con la intención de ayudarme.
-Estaba buscando -le dije aceptando su ofrecimiento- unas zapatillas niké, lo pronuncié así, que me ha pedido mi hijo...
-El señor querrá decir unas zapatillas nai -así lo pronunció él.
-No, -respondí entre divertido y molesto- el señor quiere decir unas zapatillas niké.
-Es que en inglés -me replicó con sonrisa de autosuficiencia- se pronuncia nai.
-Ya lo sé. Lo malo del caso es que la palabra niké no es inglesa sino griega, y se pronuncia niké según unos y nicé según otros. En ambos casos significa victoria.
-Creo que el señor se equivoca -replicó con ganas de discutir.
-Como usted quiera -le dije-. ¿En qué planta está la sección de libros? Le voy a subir o a bajar a usted el diccionario de inglés más gordo que tengan, y si encuentra en él la dichosa palabra niké lo invito a lo que usted quiera.
-Qué raro que un dependiente le contestara y no le diera la razón aunque fuera callándose.
-Lo mismo pensé yo. Era un hombre extraño, desde luego. Pues abandonó su puesto de trabajo y se vino conmigo a la sección de libros por si no me dejaban coger el diccionario. Allí buscamos la palabra, no la hallamos, y poco después, muy amable él, me empaquetó un par de zapatillas niké dándome un fuerte apretón de manos.
-Esos debates sí que son interesantes y sirven para algo. Imagino que el hombre estaría contento de haber dado con usted y de lo que le había enseñado.
-No lo sé. En el fondo a nadie nos gusta que nos corrijan por más que reconozcamos, allá en el fondo, que estábamos equivocados y que nuestro oponente tenía toda la razón.
-El maldito orgullo humano. Por eso siempre he sido partidario del estudio del latín en escuelas, institutos y universidades. Por cierto, ¿dijeron algo los políticos, durante el debate, del sistema educativo? ¿Lo van a reformar una vez más? ¿Y cómo?
-No lo sé porque no vi el debate. No me interesa lo más mínimo. No hace falta que le explique que una cosa es prometer y otra muy distinta dar trigo.
-Efectivamente. Luego, con la triste realidad, instalados en el poder, vienen las matizaciones, las correcciones, el decir que sus palabras se descontextualizaron o se malinterpretaron. En fin, lo de siempre. Y lo de siempre es un sistema educativo cada vez más degradado, y con el latín en el cajón de los recuerdos, y en la buhardilla.
-Una pena. Y esa es una cosa que me llama mucho la atención. ¿Cómo se explica que en los países no romanizados, Inglaterra, Alemania, etc., haya tanto latinista y helenista, tenga tanta importancia el latín, y en los países romanizados, España, Francia, etc., esté este en franca decadencia?
-Tal vez por aquello de que en casa del herrero, cuchillo de palo. Siempre he lamentado que los alumnos, y el público en general, no puedan leer a Salustio. ¿Conoce usted La guerra de Yugurta? Para mí ahí está el verdadero historiador, el analista implacable. Es lo que habría que leer una y otra vez.
-No, reconozco que no lo he leído. Y tampoco creo que lo hayan hecho los señores que debatieron anoche. Los políticos, quiero decir.
-No saben lo que se pierden.
-En esta vida hay tantas cosas importantes.
-Sí, pero unas lo son más que otras. Y nada está por encima de aquella de Conócete a ti mismo. Y eso pasa, si no me equivoco, por conocer nuestra historia.
-Sí, es como estudiar los fundamentos de un edificio.
-Sí, pero no para reafirmar el castillo sino todo lo contrario: para percatarnos de que no sabemos nada. Cuando alguien se enfrenta con el latín... se tiene que ir con la mente limpia: las estructuras que uno lleva en la cabeza no sirven para nada. Se derrumban a cada momento. Es casi como un juego de lógica en el que se empieza a ganar cuando se ha sido capaz de despojarse de lo que se llevaba en mente. Es otra realidad. Otra forma distinta de ver las cosas. Por eso, me parece, y por pura ignorancia, no lo reivindica ningún político.
-Por eso y porque lo desconocen. Aunque seguramente ellos serían incapaces de ir de la sección de zapatería a la de librería para asegurarse de que una palabra la pronunciaba mal; y de que el cliente, y en este caso sí, tenía razón.
-Ni ellos van a hacer eso, ni yo voy a ir a la sección que me envíen a meter una papeleta en una urna. Yo creo que está todo decidido de antemano. Y gane quien gane siempre estaremos en el mismo sitio.
-En eso no estoy de acuerdo con usted. No es lo mismo Perico que Andrés.
-Sí, tiene razón. Pero ni Perico ni Andrés van a modificar el sistema educativo. Para ellos todo se reduce a dar becas para libros y ayudas para el comedor.
-Es usted un poco injusto. No obstante, me ha gustado lo que ha dicho del latín. ¿Sabe? Por un momento he pensado que estaba hablando de la mística: vaciarse de lo aprendido para saber... Interesante. Muy interesante.
-No me haga mucho caso. Cosas de viejos.
-Sí que le hago caso. ¿A qué hora quedamos esta tarde para ir a hablar con su amigo el librero? Esos debates y conversaciones sí que me interesan.
-Cuando usted quiera.
-Aquí a las cinco -me dijo cogiendo el vaso de plástico del café para tirarlo a la papelera.

Tras la conversación me fui a mi habitación a leer. Y como estamos en época electoral, volví a releer a Salustio. Siempre me han llegado al alma las palabras de Yugurta, el gran corruptor al salir de Roma: O, urbem uenalem et mature... La ciudad venal, dispuesta a ofrecerse al mejor postor siempre me recordaba que los grandes ladrones de nuestro país no están en la cárcel, y que apenas si se estudia latín en colegios y universidades, vete a saber si porque los profesores son medio esclavos desprestigiados o esclavos por completo. Sea como fuere, para mí, con zapatillas niké o descalzo, estaba todo decidido.

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