La verdad es que yo no sé si dar por
cierto las cosas que me cuentan por la calle, pero es que hay cada boludo
andando por ahí que ni les digo, che. Mirá, mientras el Gallego me pide un
cortado les cuento esta que parece salida de un cómic – dijo el Turco mientras
se sentaba en el bar –
- ¿De qué te enteraste ahora? Le
preguntó el Tano Brandán mientras se acodaba en la silla como solía hacerlo
cada vez que alguna de las fábulas – ciertas o no – de su amigo lo atrapaban.
- Dejate de joder, Tano. La que me
enteré con mis setenta da para un libro entero.
José que estaba
entretenido haciendo avioncitos de papel, lo miró desde abajo y le dijo
socarronamente, sabiendo de antemano la respuesta:
- ¿Es que siempre te tenemos que pedir
nosotros pelotudo? ¿No podés soltar el buche y ya está? ¿O hay que hacer la
parodia de todos los jueves, preguntarte, ponerte cara de huevones y todo eso?
¿No te parece que nos conocemos mucho para hacer la misma gilada una y mil
veces?
- Ta bien, dijo el
Turco -, se las voy a contar pero nada más porque me lo piden ustedes,
pelandrunes, que sino me iba a otro bar, a buscar otros amigos y a contarles la
historia a ellos.
Terminó
de decir esto y las puteadas que recibió lo hicieron atragantarse con el
cortado a medio tomar. Lo agarraban de la pelada entre todos y se escuchaba que
le decían “tarado”, “gordo jetón”, “¿dónde vas a conseguir amigos como
nosotros?” Y cosas parecidas. Cuando se recompuso les tiró a la cara:
- Es la historia de un punto que
teniéndolo todo se rajó a la mierda por un beso.
- ¿Cómo? ¿Dónde? Entraron a preguntar
los demás. Hasta el Ruso habitualmente indiferente se ajustó los lentes y le
preguntó “¿qué cosa?”. Cuando tuvo la atención de la mesa como él quería, el
Turco comenzó la comedia de todos los jueves: Contar sus mitos urbanos con lujo
de detalles, atrapar a la audiencia, engatusarlos con su labia y rematarla
dejándolos a todos con los ojos redondos como platos.
- La cosa que escuché, la escuché de
buena fuente. En lo de mi tordo para más datos. Resulta que él era el clínico
del tipo. Hombre maduro, ingeniero, con un doctorado en no sé que mierdas, casa
en un country y todo. La cosa es que el punto estaba casado hacía 20 años con
una mina de su edad pero que hoy mismo, la ven cruzar la vereda y se dan
vuelta. Un mínón. La pareja perfecta. Se conocen a los 20, tienen 4 hijos,
todos rubios y perfectos como los dos. La mina también, culta y bien preparada
como él. Creo que al menos un par de títulos, y de algo ejercía porque estaba
la mitad del día fuera de la casa. Los pibes unos querubines. La vida les
sonreía, todo joya muchachos.
- ¿Y la historia, nene? le pregunta ahí
nomás el Gallego.
- Pará pibe, ya viene, paciencia.
- Resulta que el tipo estaba – como
todos nosotros – medio aburrido de comer siempre milanesa, no se si me
entienden -, y al decir eso miró de soslayo a la mesa para ver algún gesto de
aprobación - pero todos se hicieron los boludos. Y un día se fue de joda por ahí.
Fue a un cabarulo de mucha guita en Recoleta, y se clavó un par de copas. Las
chicas iban y venían. Alguna que otra más atrevida se le sentó en la falda pero
él, con todo respeto, la sacó cagando.
Se
pidió un Chandón, y música va, música viene, a eso de las nueve ya estaba medio
achispado. Cerca de las diez ve entrar a morocha despampanante que le corta el
aliento. Fue verse, clavarse la mirada y no respirar. Él amablemente le cabecea
y ella con discreción se le acerca a la mesa.
- Un yiro más, o sea – lo interrumpió
el Tano que a esa altura parecía haber perdido el interés en la historia.
- No, pará nene, no es como te
imaginás. La tipa parece que era la encargada o algo así del local. No estaba
vestida como otras chicas, pollera larga, blusa discreta, eso sí, tenía una
delantera con más fuerza que la de Argentina en el Mundial ‘78. Y una piernas
largas como río de montaña.
- ¿Sigo? La cosa es que la mina se
acerca, se ponen a charlar y ese día no pasa nada. Se intercambian teléfonos y
quedan verse un mediodía de esos. El hombre se va a la casa, argumenta que tuvo
una reunión de negocios hasta tarde, y al catre.
Durante
toda la semana la mina le pasaba por la cabeza como un tren bala, de esos
japoneses ¿viste?. Hasta que al fin un viernes decide llamarla y encontrarse a
un “alter office”, que en nuestra época era salir de copas con la compañera del
laburo para trancársela. Copa va, copa viene, la morocha ese día tenía una
blusa con menos botones que hotel de cuarta. Y encima, los pocos abrochados no
ocultaban nada. Pegan onda – como dirían ahora – se cagan de risa y a la hora
están fajándose como dos locos en un telardo ¿me siguen? A lo que todos
respondieron a coro ¡¡¡Siii!!!
El
tema es que a la mina le gustaba el upite. No sé como explicarles, tenía una
especie de fijación anal. Y al ingeniero la cosa le gustaba. La cuestión es que
anduvieron de trampa como seis meses. Los viernes él dejaba su oficina y se
iban puntualmente a las 6 y media y se masacraban – no me pongas esa cara de no
se de qué me hablás, Ruso porque yo te la conocí y estaba mas buena que el
Toddy – a lo que todos largaron otra carcajada. A las 11 en punto volvía a la
casa y el verso de los inversores belgas, o los nuevos trenes para el África, o
boludeces así. Beso en la trompa a la rubia y al sobre.
La
cosa era que el gil quería pasar al siguiente nivel. Ella nunca esta boca es
mía. Jamás un “Cuándo te divorciás”, nada. Lo peor que le podés hacer a un tipo
es eso. Le comés la cocuza, no se si me entienden. Es la historia del cazador
cazado. Si no te piden nada te sentís obligado a dar, y el “ingenieri
contratista” un día quiso más. Ya no le alcanzaba con que fuera su amante la
Paola, como se llamaba, le quería “hacer el novio”. Un sábado con la excusa de
una cena de negocios se pone el mejor jetra y la pasa a buscar por la casa.
Allí conoce a la madre, fulera como pocas, aunque modosita, la vieja.
Y
así como otros cuatro meses y el chabón “colina”, cada día más y más. Con la
mujer ya no se tocaba ni a ganchos y él encajetado con la Paola. Hasta que una
noche pasó lo fatal. Él estaba esperando en el comedor que la piba saliera de
arreglarse y vio un documento arriba de la cómoda. Como haríamos cualquiera de
nosotros, lo abre, y ahí su perdición, su locura, se le vino todo abajo. ¿A qué
no saben qué decía el DNI? ¡¡Javier Chávez, decía!! Y era la cara de la mina,
pero fulería ¿me entienden? ¡¡Todo ese tiempo había estado saliendo con un
trabuco!!
La
cosa es que la mina viene de la zapie y le pregunta si no vio su DNI, y el
punto ni pío. Cine discreto, muchos besos. Al final de la noche, cena a la luz
de las velas y él alega sentirse mal y la deja en la casa, pero no se encaman.
Un año yendo a psicólogos, hasta a un programa de radio llamó para contar su
caso, y no le veía la vuelta. ¡¡Estaba perdidamente enamorado de un punto,
muchachos!!
- ¿Y, como terminó la cosa, Turco?, se
desesperó el Tano mientras los demás ya estaba todos arriba de la mesa tratando
de cagarlo a piñas –
Le
pregunté a mi tordo esta semana y me contó el japi end como dicen los pendejos.
Largó todo y está viviendo con el coso ese en una casa a medio hacer – la del
trabuco – en Burzaco. A la jermu le dejó todo, casa dos autos, pibes. Hasta el
laburo dejó y dicen que vende seguros de vida por Avellaneda. Lo que más me
llamó la atención fue lo que le contó el coso acerca de lo que lo definió, de
lo que lo llevó a optar por el travesti en lugar de la mujer.
- ¿Qué te dijo? - Le escupió el Gallego
al borde de la desesperación - A lo que a coro todos dijeron: ¡¡¡Era
puto!!
No, muchachos, ni
ahí, respondió el Turco mientras se acomodaba para atrás en la silla. Estiró
sus cortas piernas, se mesó la barba y dijo ¿Saben qué lo decidió? ¿Saben qué
le dijo al médico?
- ¿Queeee? Gritaron todos de nuevo –
Que
jamás en su vida lo habían besado de esa manera, que no le importaba que
tuviera manija, que él toda la vida sería activo y el culo se lo iban a comer
los gusanos, pero que esos besos eran su vida, y no iba a renunciar a ellos ni
por todo el oro del mundo.
Y diciendo esto largó
un lacónico “terminé”
- ¿Otra vuelta de café, muchachos?
Preguntó el Turco mientras el resto iba cerrando uno a uno sus bocas y se
pasaban las manos por las nucas.
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