En mi casa fue peregrinación, pero de ningún modo juvenil. Y es curioso que haya llegado bien transcurridas mis cuatro décadas, pero nunca antes había juntado coraje. Elegí dos compañeros con experiencia: mi hermano y mi primo que ya llevan seis años enfrentando el desafío de recorrer el camino a Luján. en realidad ellos diseñaron su torneo a medida ya que en vez de salir desde los pies de San Cayetano, el Patrono del Trabajo en Liniers, lo hacen desde San Antonio de Padua, el protector de los celíacos y de los que buscan pareja. El recorte en el itinerario permite reducir en unos 15 kilómetros el trayecto que habitualmente lleva unos 60. El caso es que nuestra peregrinación arrancó 10.40 de la mañana de ayer, sobre la Avenida Rivadavia (que algún intendente de Merlo decidió rebautizar como Perón) con destino a la basílica de Luján para homenajear a una imagen de la Inmaculada Concepción de apenas 38 centímetros de altura que se obstinó en quedarse en las tierras de Luján.
Arrancamos con
buen ritmo para acortar una distancia que se nos hacía inconmensurable. A la
hora de marchas cada cual tiene su estrategia. Están los que caminan lentamente
para no dilapidar las fuerzas. Otros necesitan un punto de apoyo: el hombro de
un amigo, un palo de escoba, una rama seca o algunos de los bastones que
ofrecen a la vera de la ruta por apenas $10. A la altura de La Reja un muchacho
rengo se apoya en una bicicleta con el manubrio cortado a la mitad. Camina
torcido como si se fuese a caer a cada paso. Pero por momentos se sube al
asiento y pedalea rápidamente. Nosotros elegimos la velocidad. Serpentear entre
la gente , cortar camino por la vereda o la banquina de la ruta para ganarle
terreno al río de vida que corría hacia la basílica neogótica.Mis compañeros eligieron
acompañarse con música que le diese energía, yo preferí caminar con oído atento
a las conversaciones: penas de amor, problemas de trabajo, eterna gratitud por
una enfermedad curada. Todos tienen algo que pedir o algo que agradecer y
caminan para conseguirlo.
A la vera del
camino, familias completas buscan hacerse su agosto. Venden hamburguesas,
sanduiches varios, gaseosas, caramelos, café y mate cocido, pomadas
desinflamantes, talco, medias de repuesto y vendas para los malheridos. En una
esquina de Rodríguez los empleados de la carnicería Estancias del Prado ofrecen
pattys, vacíos y bondiolas con precios que van desde los $20 a los $60. A unos
pocos metros los chinos de un supermercados no quisieron perderse el negocio y
promocionan sus arrolladitos primavera para comer al paso.
Para las
necesidades impostergables hay baños químicos instalados en la banquina o sobre
las veredas. Algunos sólo pueden ser usados por mujeres. Camino a la Virgen ser
mujer parece ser un beneficio. Pero
también algunos locales colocaron carteles donde ofrecen los suyos. Son
peluquerías,almacenes, casas de electrodomésticos y decenas de talleres
mecánicos: “Baño a $5” o “Baño limpio a $10, anuncian mientras los peregrinos
eligen guiados por la higiene o el bolsillo. Yo me incorporo a la cola que sale
de un estudio contable que promociona el suyo. Es bastante larga. Dos mujeres
comentan que los hombres tardan tanto o más que las mujeres a la hora de
aliviar sus necesidades. El baño está limpio y hay papel higiénico de sobra
aunque el depósito del inodoro no tenga tapa y uno tenga que operar la descarga
tirando del gancho del flotante. Mientras extiende la mano para recibir los $ 5
el contador se prepara un coctel de Speed en un vaso de plástico. Después
comenta apesadumbrado que hay más gente que otros años pero que los peregrinos
gastan menos. Según sus cálculos la mayoría no puede invertir en la caminata
más de $100. Por eso cargan botellas de agua y comida para el camino. Me
extraña su cálculo porque noto que la comida sale menos que en la cancha o un
recital. Se consiguen manzanas a $5, hamburguesas completas a $30 y tres
Anaflex por $15. Milagros de la Patrona para sus hijos que llegan a visitarla.
Pero no todo
es gasto ya que a lo largo del recorrido, además de los 15 puestos de apoyo y
los 59 sanitarios, parroquias y colegios, grupos de scouts y exploradores,
interrumpen el paso de los caminantes ofreciendo agua fresca,mate cosido,
galletitas, caramelos, chupetines, curitas y talco.En total se anotaron unos
6.000 voluntarios. También hay curas con
su vestimenta blanca bendiciendo a los peregrinos con agua bendita. A media
tarde uno de ellos me sale al paso con un vaso de sopa caliente. Intento
explicarle que estoy a punto de insolarme y parece quedarse triste. En las puertas
y ventanas de las casas hay familias que aplauden a los peregrinos, les tiran
besos o les muestran carteles que anuncian cuántos kilómetros faltan o
alientan; “Vamos que la Virgen los espera”. Algunos servicios están diseñados
para que uno los disfrute en el camino. Es el caso de la organización que
ofrece diplomas que acreditan que uno caminó hasta Luján. Un representante pide
el nombre del interesado y lo informa a otro ubicado unas cuadras más adelante
que imprime el recuerdo y lo entrega sin que el caminante haya detenido su
marcha. Cerca del puente de Luján un sacerdote toma los nombres de los que
tienen deseos de bautizarse. Unos pasos más adelante uno puede sumarse a una
cola y convertirse en un hijo de Dios, sin cursos prebautismales, ni vestido
blanco ni padrinos a la vista.
También están los puestos que las
organizaciones religiosas arman para atender a sus propios peregrinos. En ellos
hay comida en abundancia, masajes para los pies cansados y curitas para las
ampollas. En la entrada a Luján una
parroquia de Villa Tessei armó el suyo. Allí les ofrecen agua o mate cocido,
galletitas o un plato de fideos y hay especialistas en reventar ampollas o
aplicar una buena cantidad de Atomo desinflamante. Para animar a los que llegan
cansados instalaron bafles gigantes en los que suena a todo volumen: “Culo pa´
dos tangas”. Rubén Darío Castiñeira, el
tipo que escribió el tema, confesó varias veces su problema de adicciones que
lo llevaron a la cárcel. Parece poco probable que alguna vez haya peregrinado
para honrar a la Virgen, pero su pegadizo ritmo de cumbia pone a bailar a todo
el mundo, incluso a una monja que camina en zapatillas deportivas y con un
inmenso paraguas para protegerse del sol.
En varios
altos del camino reparten vasos de agua con el logo de la empresa Aysa. En
total son 12 camiones cisterna y un grupo electrógeno para asistir a los
peregrinos. También hay puestos sanitarios y los municipios compiten entre sí
con sus móviles, sus puestos de apoyo. Están los de las Comunas que recorre la
marcha: Tres de Febrero, Merlo, Moreno y Luján pero también de otras zonas que
quieren decir presente como Esteban Echeverría y La Matanza.
Mientras
ensaya, con las pocas fuerzas que le queda unos pasitos para seguir el ritmo de
la cumbia de El Pepo, un pibe pregunta a sus amigos: “Fernet con cola o
cerveza, cuando llegamos? Con algo hay que festejar”. En el camino se hace
complicado conseguir provisiones de ese tipo. Los supermercados y almacenes
tienen prohibido vender alcohol durante la peregrinación juvenil, los efectivos
de la policía que custodian el camino suelen otear los grupos que descansan
para detectar cocteles improvisados o latas de cerveza. En la entrada de Moreno
la pesquisa es más franca: como en el ingreso a la cancha o a un recital los caminantes
deben atravesar una barrera de empleados de seguridad que los cachean y los
obligan a abrir sus mochilas para
descubrir cualquier rastro de alcohol.
Cuando cae el sol y nos acercamos a Luján,
los puestos de comestibles se alternan con los de recuerdos. Cuadros de la
Virgen, estatuas de María y del Gauchito Gil, cintas para la buena suerte y
rosarios de todos los colores. A esta altura muchos renguean o se apoyan en
alguien cercano. Otros se dejan tentar por los remises que a la vera del camino
anuncian “Viaje a Luján”, o “Regreso a Capital”. Los que están enteros, cantan o rezan siguiendo algunos de
los carritos con altavoces que montaron las parroquias para animar a los
fieles. Los menos inician una carrerita para llegar a la basílica antes que el
resto.
Y de pronto, entre ocho y 15 horas
después de haber iniciado el camino, aparece la Basílica. En las calles del
casco histórico la columna se hace mucho más lenta y se divide en dos brazos.
Uno se acomoda en la plaza para escuchar la misa en curso o alguno de los
mensajes que Francisco mandó para los peregrinos. Los demás se apiñan en las
escalinatas y trasponen la Puerta de la Misericordia para acceder al templo. Un
hombre con una panza inmensa que casi hace estallar su remera llora desconsoladamente.
Dos mujeres ataviadas con sus sombreros coyas y sus polleras coloridas se
abrazan largo y profundo. Allí junto al altar está la imagen que movilizó a los
obreros a comienzos del siglo XIX y desde hace 42 años hace caminar a más de un
millón de jóvenes un día de octubre por amor a su Patrona.
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