A
veces Dios te sopapea,
Te
da palizas en las que quedas inerme
Desarmado,
desangelado
Hay rachas, cortas, largas, de la buena
De comer afuera una vez por semana, de ver esas
zapatillas
y comprarlas sin fijarte el precio, jetras caros, muchos
taxis.
Otras,
donde te vapulea hasta dejarte sin sentido
con
el alma en la mano, rodillas raspadas, carne viva.
Perdés
todo, lo oscuro se hace cotidiano
la
parca acecha y no te suelta,
la mala se te pega como otra carne, como otro vos.
Y pueden pasar días, meses, años. Y nada.
Evitás pasar debajo de las escaleras, los gatos negros
El número trece, nada, se suelda
Se hace costra, caminás encorvado
No se sale nunca.
Una
mañana despertás y el Barba te rescata
Te
dice que nada se pierde
Todo
se transforma, que los que no están están si siguen
A la
vuelta de la esquina, en una canción, en un laburo nuevo, en un gomía,
Que
la vida el sol, es encanto, es un atardecer en el mar
El
abrazo de un hijo, la caricia de una madre.
Ese
día te das cuenta que la siembra fue larga, duró décadas
Eternos
e ineludibles lustros.
Y
viene la cosecha. Y te das cuenta que la “biyuya” es lo de menos
y te
visita igual, sin que la llames.
Que
la pilcha nueva vuelve sin esperarla, que está todo bien.
Y te
avivás que el amor es un farsante, que te asombra de jodido nomás.
Y
cosechás del puro, del desinteresado, del bueno.
Y
seguís dando y flotás entre palmadas, te aplauden
Te
miman, te abrazan, te quieren.
Y en
todos lados. Y ahí sabés, sí que sabés
Lo
sentís en las tripas, en las piernas, en las suelas de tus zapatos.
Que si sos buen tipo, de primera, con códigos inquebrantables
No importa
las cagadas que hayas hecho
No
importan los muertos en el placard …
Todo
se acomoda, todo se asienta… viene la paz
Que nuestros actos dan cuenta de nuestro espíritu
Que
acá vinimos, cierto, lo juro,
Para
querer y ser queridos
¿Qué
mas?
Dios
salve a Discépolo
Querido
mordisquito.
A mí,
a mí no me la vas a contar
Yo,
yo ya la aprendí
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